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Historia del calibre 6.35 mm

La historia del calibre 6.35 mm (.25") se remonta a muchisimos años atras, después de los periodos de "grandeza" de las armas de aire en los siglos XVII y XVIII con sus inmensos calibres y sus aplicaciones militares y cinegéticas. Posteriormente a este período y en los inicios del siglo XIX las armas de aire habían caído en desuso ante las dificultades de mantener un sistema de tiro que estaba en clara desventaja frente a los avances de las armas de fuego. Unicamente en los años 1800 a 1850 aproximadamente, se conservaban algunas aplicaciones lúdicas para tiro en interiores con armas de potencia reducida. Esta afición se extendió rápidamente por todo el mundo y adquirió un singular interés en Estados Unidos después de la guerra civil, muchas de estas armas disparaban bolas de plomo del calibre .25 de pulgada (6.35 mm) que se implantaron en muchos otros países. Así este y otros calibres de gran tamaño se popularizaron y se utilizaron para tiro de entretenimiento y también para la caza de pequeños animales.

A medida que nos acercamos al siglo XX, el concepto de arma de aire comprimido se fue perfeccionando y con las necesidades de las competiciones de aire se fueron buscando calibres más reducidos para distancias menores, puesto que se priorizaba la precisión en lugar de la potencia el calibre 6.35 así como otros (6 mm, 8 mm...) fueron desapareciendo lentamente hasta que a finales de los años 70 se consideraba ya un calibre obsoleto, a esto contribuyeron los inmensos esfuerzos en difundir las bondades del tiro con aire comprimido a los más jovenes, que necesitaban únicamente armas precisas y de baja potencia. La inmensa mayoría de armas europeas y americanas se fabricaban en calibre 4.5, bbs, 5.0 y 5.5, siendo prácticamente imposible encontrar otros calibres excepto los de algunos pequeños fabricantes que de forma artesanal siguen hoy en día fabricando ultrapotentes rifles en gruesos calibres dedicados exclusivamente a la caza.

Al haber desaparecido los grandes calibres a finales de los años 70 las armas del sector adulto en USA para disparos a larga distancia se basaban en calibres más pequeños y con velocidades iniciales muy altas, pero esto se tradujo en problemas de precisión y requisitos de munición muy especial para poder mantener velocidades y energías aceptables a larga distancia.

En los años 80 la firma británica BSA decidió recuperar este calibre para su mercado en America para atender a la demanda de más energía, los rifles de alta potencia empezaban a notar las limitaciones de los pequeños calibres sometidos a velocidades elevadas que provocaban erráticas trayectorias y una de las soluciones fue la de elevar el calibre hasta el 6.35 mm aprovechando las mejores características balísticas de proyectiles más pesados. El uso de este calibre se ha extendido muy lentamente en Europa y tan solo desde hace unos pocos años se ha popularizado su uso.

Aunque su aplicación más importante en la actualidad esta siendo el uso en rifles de caza (en los países en los que está autorizada) hay otras aplicaciones interesantes para este calibre dentro del tiro de entretenimiento y deportivo.

viernes

Las escopetas de caza: las medidas de la culata

En este artículo trataremos algunos aspectos sobre la culata, una parte importante de nuestra escopeta que causa auténticos quebraderos de cabeza a muchos cazadores y tiradores, que intentan conseguir la culata idónea para sus medidas.

Una vez que el profesor de tiro haya tomado buena nota de la forma de tirar del cazador, será el momento de utilizar una culata de tiro con culata regulable para conseguir las medidas exactas y que mejor se adapten al cazador.

La parte de la escopeta de caza y tiro a la que más atención presta la mayoría de los cazadores es la culata, ya que desde siempre estamos acostumbrados a achacar a ésta nuestros fallos y aciertos en el tiro.

Sin dejar de reconocer la exageración, hay que admitir que la culata tiene su importancia, pero no conviene cederle todo el protagonismo. Para mí el éxito en el lance está condicionado por un conjunto de factores, entre los que destaco el control mental a la hora de efectuar nuestros disparos en la jornada de caza o en el campo de tiro.

Las medidas ‘ideales’ de una culata

Podríamos decir que la culata idónea para nosotros será aquella que nos aporte dos puntos técnicos diferentes: primero, que quede perfectamente encajada en nuestro pómulo y nuestro hombro, formando un bloque compacto con nuestro cuerpo, a la vez que logre situar nuestro ojo siempre en el mismo sitio con respecto a la solista de nuestra escopeta. Y segundo, que la culata tenga unas medidas y diseño que nos facilite realizar el movimiento de encare con facilidad y comodidad.

Las dimensiones de la culata de nuestra escopeta de caza equivalen a la regulación que hagamos sobre el visor de nuestro rifle de caza: mientras que la colocación de nuestro pómulo sobre la culata para fijar nuestro ojo en la posición correcta sobre la escopeta, equivaldrá a cómo realizamos la colocación del visor sobre el rifle, mediante unas buenas monturas. Hay que tener muy claro que nunca deberemos adaptarnos a la culata variando la forma de realizar el encare, sino adaptar la culata a nuestras medidas después de realizar un encare correcto.

Tomar medidas según cómo tiramos

Antes de comenzar a preocuparnos sobre qué medidas vamos a dar a nuestra futura culata, lo primero es observar cómo es nuestra forma de tirar, para lo que contaremos con la colaboración de un profesional del tiro que analice todo lo que hacemos al realizar nuestro swing de tiro.

Esto se deba a que algunos fallos frecuentes, como por ejemplo dejarnos los tiros bajos, pueden ser en cierta medida solucionados aplicando a la culata unas medidas que, aunque no sean las idóneas para nuestra constitución física, sí que pueden solventar algunos de esos fallos.

Una vez que el profesor de tiro haya tomado buena nota de su forma de tirar, será el momento de utilizar una culata de tiro con culata regulable. Con ella el profesor irá variando las medidas de ésta hasta lograr conseguir las medidas exactas y que mejor se adapten al tirador.

Este trabajo debe ser lento y minucioso, ya que con una culata regulable podremos avanzar y retroceder en las medidas cuanto deseemos, pero cuando las traslademos a una culata fija algunas de las medidas serán casi imposibles de rectificar.

Dos métodos para saber cómo nos queda la escopeta

Un método para conocer cómo nos queda una escopeta es contar con la colaboración de un armero o profesor de tiro, que se colocará frente a nosotros cuando tenemos la escopeta encarada. Desde esta posición podrá apreciar cómo queda nuestro ojo con respecto a la solista de la escopeta.

Después, colocándose en un lateral, comprobará si la longitud de la culata es la idónea, algo que también debe verificar observando cómo encaramos y desencaramos el arma.

El otro sistema es muy sencillo: basta con encarar nosotros mismos el arma con los ojos cerrados, y después abrirlos y ver qué imagen recibimos de la línea de los cañones y, sobre esta imagen, hacer las correcciones adecuadas para que el ojo quede alineado.

Este segundo sistema es muy interesante e incluso complementario al anterior, ya que nos indica cómo realmente ponemos la cara al efectuar nuestros disparos, mientras que si el encare lo hacemos con los ojos abiertos, en cierta forma, mediante el encare, y sin quererlo, nos adaptamos nosotros a la culata.

¿Cómo realizar las mediciones de la culata?

La longitud de la culata es la distancia que existe desde el gatillo hasta el centro de la cantonera. Esta medida es muy importante para varios puntos técnicos del encare, como subir la culata con facilidad a la cara, que la escopeta no nos golpee demasiado en su retroceso o que nuestro ojo quede a la altura correcta. Además, nuestro brazo debe quedar cómodamente colocado con el ángulo aproximado de unos 90º.

Mediante la longitud de la culata debemos conseguir que nuestro pómulo, cuando la escopeta esté encarada, se sitúe en el primer tercio de los tres que miden la longitud total del lomo de ella. La longitud de la culata dependerá tanto de la longitud de los brazos como de la longitud del cuello del tirador.

Además habrá que tener en cuenta si con ese arma vamos a practicar modalidades de tiro encarado previamente (trap o hélices), o modalidades en las que se pide desencarado, (skeet, recorridos de caza o la propia caza). Y por supuesto, probar la medida de la culata con una cantidad de ropa similar a la que llevaremos cuando vayamos a usar nuestro arma.

Para medir la caída de la culata y su altura tomaremos la distancia que hay desde el talón de la escopeta a la línea imaginaria de la solista del arma sobre la culata y, a continuación, midiendo la distancia existente entre la cresta de la culata y la línea imaginaria de la solista sobre ella.

Estas medidas nos indicarán el punto de apoyo sobre el hombro, que dependerá de la longitud del cuello y de la altura de nuestro ojo sobre la solista, la cual a su vez dependerá de la altura de nuestros tiros con respecto al punto que señale nuestro punto de mira.

Por último, mediremos la desviación de la culata en sentido horizontal sobre la solista del arma. A esta desviación de la culata se le denomina ventaja, que puede ser positiva para los diestros (cast off), o negativa para los zurdos (cast in).

La ventaja de nuestra culata sirve para que el tirador, realizando un buen encare, logre que su ojo quede situado perfectamente alineado con la solista; de no ser así, los tiros irían desviados a la derecha o a la izquierda, dependiendo de cómo quede nuestro ojo situado con respecto de la solista del arma. La corrección de la ventaja podemos hacerlo fácilmente encarando la escopeta con los dos ojos cerrados, como hemos explicado antes.

La importancia del trabajo del armero

Todas estas medidas deberán quedar anotadas en una ficha, para que con ellas el armero tenga suficiente información para poder plasmar todas estas medidas en un trozo de buena madera de raíz.

De esta forma, si una vez acabada la culata no es de nuestro gusto, no podremos reprochar al armero que nuestra escopeta nos queda mal o que no es lo que le hemos pedido, ya que nuestras medidas estarán reflejadas en la ficha, al igual que si nos queda mal y no mantiene la información facilitada, será el armero el encargado de rectificar su trabajo.

Respecto al trabajo del armero, se trata de una labor que se debe realizar con esmero y paciencia, para lo que conviene dejarle trabajar sin agobios y no meterle prisa. Es importante resaltar al armero nuestro deseo de que la culata vaya siempre acompañada de una cantonera que nos ofrezca una buena amortiguación del retroceso y que a la vez nos permita realizar el encare sin incómodos enganchones en nuestra ropa.

El consumo y la caza

En este tiempo que nos invade, lo que priva es el consumo, y si éste no se produce, parece que todo funciona mal, mensaje repetido todos los días por los medios escritos, radiofónicos y visuales.

Si no vas de compras a un «macro-centro comercial» eres un bicho raro o no estás en la onda. A nuestra juventud les parece lugar idóneo para ir con amigos, tomar algo de comida rápida y visualizar los últimos modelitos de ropa o de artefactos electrónicos e informáticos… Compras de cosas efímeras, que a los pocos días se olvidan o se almacenan en algún lugar de la casa sin que realmente se les dé un uso práctico y que al final quedan en el baúl de los recuerdos Se ha cambiado el paisaje del campo por el urbanita, hasta las gentes de los pueblos rurales emigran en fin de semana en busca de la ganga que comprar, o simplemente a pasar el rato, la cuestión es consumir lo que sea, ¡si no, no perteneces a este mundo!

Desgraciadamente, esta cultura del consumo invade el mundo de la caza. Lo que más prima es quién abate más número de piezas en el menor tiempo posible y de la forma que sea. No importa el lance, ni los compañeros, ni el campo —algunos no saben distinguir una amapola de un cenizo—, ni los actores principales que son los animales salvajes. ¡Da igual! Lo que importa es la cantidad, aunque sea tres jabalíes de un «cercón» de 400 hectáreas, o siete perdices soltadas dos horas antes en el campo, o un venado que ha estado alimentando artificialmente todo el año.

¿Por qué se producen estas actitudes? Lógicamente porque hay una demanda fuerte, que proviene de la cultura del consumo, avidez extrema de piezas y competitividad que representa vivir en la sociedad actual. Ello conlleva a la comercialización de la caza y por tanto a la degradación de la misma. No se caza para compartir afición, gestión, sabiduría y cultura. ¡No! Lo importante son los números y el trofeo.

Se ha cambiado la visión del campo; antes, el entorno rural era el marco de vida, todo giraba sobre él. Ahora es un medio que visitamos unas horas, sobre un «todo terreno» que nos transporta hasta el mismo puesto, y que muchas veces no apreciamos en todas sus facetas. El campo cada vez es más desconocido, incluso para los que ahora vienen a vivir a él.

Queremos en muy poco tiempo extraer todas sus sensaciones, y esto es imposible de conseguir en una visita de cuatro horas y unos pocos fines de semana al año. Añoro esas gentes sencillas, que conocen palmo a palmo su territorio, en qué lugar crían las perdices, cuándo vuelan y dónde se ponen a tiro de escopeta. Esto se aprende con el tiempo y después de muchas horas tras ellas o simplemente viéndolas corretear por los campos todos los días.

Por eso cazar es algo distinto: cultura, sabiduría, sencillez, naturaleza, olores, visiones, complejidad, amigos, fuego, amistad… esa gente que después de toda la mañana de esfuerzo vuelve a casa con una sonrisa, dos perdices, un conejo o vaya usted a saber. Que disfruta el campo y, lo más importante, nos acompañan con sus conocimientos. Cuando estoy con ellos se me olvida que ese «mundo de consumo» existe… y no tengo ganas de volver a él.

Los fantásticos perros de caza

Veamos algo sobre perros sabuesos y galgos a la hora de irnos de caza…

UTILIZACIÓN DE LOS SABUESOS Y PERROS DE RASTRO

Tradicionalmente empleados para la caza, estos perros están dotados en la mayoría de los casos de una gran asistencia para la carrera sostenida y para la persecución continuada. Su olfato puede calificarse de excepcional en algunas razas como el Bloodhound y en casi todas las restantes, al menos, muy bueno.

Son animales utilizados frecuentemente en jaurías o rehalas numerosas y que deben establecer un sistema muy jerarquizado para evitar las peleas a muerte entre machos adultos. La raza pura mantiene una relativa constante en las características físicas y psicológicas de los individuos que pertenecen a ella. Debido a esto, en muchos países tradición cinegética se han cuidado y potenciado determinadas cualidades de los animales que se deseaba obtener llegando a efectuar cruzamientos entre razas muy dispares. Tal vez en España, donde la caza mayor en su totalidad de montería no tiene equivalencia en ningún otro país del mundo, se han cruzado excesivamente los perros dedicados a estos menesteres, obteniendo perros muy heterogéneos, pero que cumplen perfectamente la finalidad para la que han sido criados: resacar de las manchas de monte los animales, haciéndolos huir en dirección a los cazadores, que aguardan apostados en lugares previamente elegidos llamados puestos.

La composición de cada jauría debe ser numerosa y, según los expertos no menor de una veintena de perros. Estos serán preferiblemente ejemplares de raza pura o cruzamientos con buenas cualidades venatorias y deben haber sido preparados para realizar a la perfección el trabajo que de ellos se demanda. Una importante condición es la estabilidad de las jaurías, es decir, que los perros se conozcan y tengan ya preestablecido su orden jerárquico, que hayan trabajado juntos y atiendan con absoluta obediencia a la llama del perrero.

Las razas de sabuesos presentan peculiaridades generales que las agrupan como óptimos auxiliares la caza en grupo para presas muy variadas. La previa clasificación de sus funciones para caza mayor menor no puede considerarse rígidamente, ya que algunas de es razas ofrecen una versatilidad fuera de toda duda, tanto para caza menor como especies de gran tamaño e incluso animales muy feroces. A mismo, algunos de estos perros pueden cumplir satisfactoriamente funciones de guardería y defensa, poniendo en relieve la polifacética utilidad del perro al servicio del hombre.

SABUESOS NORDICOS

Los perros de origen nórdico Norsk Elghund, Perro de Osos de Carelia y Spitz finlandés, presentan afinidades morfológicas muy notables. Cabeza cónica, maciza y poderosazada media entre los 45 y 60 cm. para los machos. Además su origen, indiscutiblemente procedente de los Spitz nórdicos, les dota de una espesa capa protegida o guarnecida de un subpelo denso y lanoso que les permite afrontar las más frías temperaturas así como el entorno de nieve y hielo. El rabo de todos estos perros se curva en arco sobre el lomo y su estampa es muy similar, entroneando también con los gran des Lulú, también llamados perros de alces.

La utilización de estos bravos y tenaces perros suele basarse en la jauría poco numerosa (entre 8 y 14 ejemplares) que viven conjuntamente desde cachorros o jóvenes. Cuando intentan incorporarse ejemplares machos adultos son frecuentes las peleas que, de no ser interrumpidas, pueden acabar con la vida de uno e incluso de los dos contendientes. La relación entre estos perros es muy similar a la que se establece entre las manadas de lobos. Los cachorros, escasos en cada camada, sufren por las inclemencias del entorno una selección natural muy fuerte y, consecuentemente, sólo sobreviven los más aptos. La frugalidad de su alimentación no es congénita, sino debida a los cuidados someros, a veces casi negligentes, que los cazadores norteños les dispensan en la mayoría de los casos. Por esta razón, y por la ya señalada dureza del clima, la madurez de los perros, en su medio ambiente na tural, llega a los dos años y medio o tres años y su óptimo vital se extiende hasta los seis o siete años de edad.

La jauría se suelta durante la caza, tras el posible rastro de alces, cérvidos e incluso de osos. Los perros, excitados si encuentran vientos de la presa, emiten ladridos cortos, poco sonoros, como para alertar únicamente al cazador. Los perros parten tras la presa, seguidos de los hombres armados. El encuentro con la pieza de caza es todo un compendio de plasticidad, inteligencia y arte venatorio. Estos perros, los sabuesos nórdicos, tratan de acorralar al alce o al oso. En el primer caso, el cérvido gigante tratará de huir en carrera sostenida de sus perseguidores, intentando cortar el terreno por ríos, arroyos y quebradas, pero los inexorables perros, estimulados por la sangre de Spitz que corre por sus venas, no cejarán hasta cercar por completo al animal, al que incluso pueden llegar a dar muerte an tes de la llegada del cazador. El perro jefe de la jauría y el más próximo a la pieza muerden al cérvido en los corvejones y en los ijares. El alce, acosado, trata de desprenderse de sus atacantes, mientras el resto de la jauría lo cerca en herradura. Cuando los perros enganchados a la presa se fatigan o son heridos por la misma, son relevados automáticamente por otros dos o tres, los siguientes en jerarca, así hasta que llega el hombre o, más raramente, hasta que los perros consiguen abatir al alce.

En el caso de la caza del oso, la tarea es mucho menos fatigante, pero más arriesgada. Cuando el rastro del plantígrado es encontrado, los perros se lanzan tras él, de forma más ruidosa; parecen traslucir su excitación por la modulación de sus ladridos, no obstante, profundos y casi inaludibles a media distancia. El oso perseguido intenta la huida, pues su aversión por los perros es algo espectacular. Si encuentra hielo flojo en la proximidad del mar o de gran lago está prácticamente salvado, pues se sumerge en el agua, poniéndose a cubierto de sus perseguidores. Si, por el contrario, está lejos de agua libre o rodeado de nieve, buscará un talud o algún accidente del terreno para esperar a la jauría.

Cuando los perros alcanzan al oso se produce un concierto de ladridos y gemidos muy agudos que se entremezclan con los feroces rugidos de la fiera. Los perros experimentados rodean a distancia al plantigrado, entreteniéndolo con fintas y quiebros, pero siempre ocurre que algunos de los más jóvenes, llevado de su ardor y ciega valentía, acometen al oso a mordiscos. Estos ejemplares suelen morir o resultar malheridos en el encuentro. Por esto es fundamental disponer de una jauría experimentada, a la que se van incorporando cachorros que adquieren experiencia con estos lances, demostrando una extraordinaria aptitud para escarmentar en cabeza ajena. No significa esto falta de valor o cobardía de los perros, sino correcto uso de sus cualidades.

Un jauría suicida pronto verá tan mermados sus efectivos que el oso podrá romper el cerco y huir ante de la llegada del cazador. En ese tipo de caza es fundamental sujetar la pieza y mantenerla al alcance del hombre; pero lo extraordinario de estos sabuesos nórdicos es que efectuaban su trabajo hace mucho tiempo, cuando había que mantener al alce o a los osos a tiro de lanza o de arpón y realizar la labor abnegada de interponerse entre la fiera y el cazador si por azar el oso herido cargaba contra el hombre. Multitud de historias laponas y leyendas noruegas han transmitido de padre a hijos durante las largas noches boreales las hazañas de determinadas jaurías y más concretamente de sus jefes, perros heroicos, bravos y cuya fidelidad al hombre mereció que pasaran al álbum de la tradición.

SABUESOS EXOTICOS

Como tal pueden clasificarse dos razas de perros cuyo parentesco es menos que probable y, sin embargo, son originarios de zonas tropicales y subtropicales del continente africano, nos referimos concretamente al Rodesiano y al Basenji.

La cabeza del Basenji y muchas de sus posturas y actitudes nos recuerdan el aire de los perros de los faraones que están esculpidos en jeroglíficos o inmortalizados en pequeñas estatuas y relieves. Esta raza descubierta a finales del siglo pasado por exploradores ingleses que se internaban en el antiguo Congo (hoy República del Zaire) era mantenida por los indígenas para auxiliarles en la caza de pequeños animales y como centinela de los poblados, ya que con sus ladridos alertaban a los pobladores de cualquier presencia extraña.

El temperamento de los Basenji permite la convivencia en jaurías más numerosas, pues su pasión por el juego inhibe las peleas cruentas y las confrontaciones, aun entre machos adultos, no suelen pasar de al gunos ladridos y mordiscos marcados sin clavar los dientes, ciertas posturas desafiantes y el posterior e inevitable juego. Su ladrido, muy particular, se torna más agudo cuando acosan la presa guiados por su buen olfato. No obstante, estos perros, importados a Europa se han convertido en animales de compañía dejando de desempeñar sus ancestrales funciones.

El Rhodesian Ridgeback, utilizado en Sudáfrica como perro de guardería y defensa, así como sabueso en los safaris, es un animal con un carácter mucho más serio que del Basenji, dulce y cariñoso con sus amos, pero sumamente desconfiado con los extraños y francamente feroz en la caza. Se cuenta que jaurías de cinco o seis ejemplares han conseguido por sí solas dar muerte a un león. Estas hazañas nos resultan incomprensibles en animales tan dóciles con el hombre, pero lo que es seguro es su inmejorable comportamiento en los safaris, siguiendo rastros de las fieras heridas a las que localizan y fijan hasta la llegada de los tiradores.

La característica cresta a contrapelo, en lo alto del dorso, se atribuye según una bella leyenda indígena, al zarpazo de su encarnizado enemigo en la caza, el león. Según esta historia, recogida de labios de un indígena en tiempos remotos, algunas de las aldeas estaban aterrorizadas por la presencia de un león macho de melena oscura que mataba el ganado y también robaba a los niños y jóvenes que se aventuraban fuera del poblado. La amenaza del poderoso felino fue extendiéndose tan rápidamente que los naturales.

LEBRELES Y SABUESOS: PERROS DEPORTIVOS

Estos conjuntos de razas, clasificados en grupos muy dispares, presentan dos analogías fundamentales: Son animales de caza. Los galgos, en parejas o aislados, utilizan su perfecta anatomía de corredores para atrapar liebres y otras piezas pequeñas, con el único auxilio de su velocidad e inteligencia, para cortar los quiebros de la presa. Los sabuesos, en grupos numerosos, acosan la caza mayor y persiguen a su presa sin tregua, a través de terrenos desiguales y durante varias horas hasta acorralar y fijar la pieza.

La otra componente similar, es el carácter deportivo de estos bellos animales, cada vez menos utilizados en sus trabajos naturales, debido al sacrificio económico que representa criar y entrenar una buena collera de galgos o mantener y adiestrar una magnífica rehala de sabuesos de caza mayor.

Son perros que necesitan trabajar y ser entrenados en grupos, y que exigen atenciones y gastos que, hoy en día, muy pocas personas pueden permitirse. Afortunadamente, algu nas sociedades de cazadores, han establecido una especie de cooperativas de batidores y rehaleros, que mantienen algunas jaurías, que comienzan a preocuparse de la pureza de la raza de los perros tanto como del trabajo que realizan.

LOS GALGOS, CAZADORES EN CAMPO

De todas las razas de galgos oficialmente reconocidas por al Federación Cinológica Internacional, únicamente el Greyhound y el Galgo español, se utilizan con profusión en las carreras en campo, persiguiendo liebres vivas o bien, en los canódromos de todo el mundo, tras la liebre mecánica o eléctrica.
En Estados Unidos, se organizan de forma minoritaria, carreras de Afganos, por el puro y maravilloso espectáculo de ver al velocista de los flecos, cortar el viento en rápido ga lope, mientras su espectacular librea se ondula y mece a contraviento. No obstante, hemos de reiterar que, las competiciones de lebreles en trabajo puro, es decir, en campo o como sofisticados señuelos de una ganancia fácil, estrellas de canódromo, cuidados y mimados como famosos atletas, sólo giran alrededor de dos razas de galgos: español e inglés.

Es de justicia reconocer el origen común de las dos razas y la posible existencia de aportes de sangre en una u otra dirección.

Existe, aún no reconocida por la FCI, una raza denominada Anglo-español que, es fruto de cruzamientos seleccionados de galgo español con Greyhound, y que han proporcionado extraordinarios perros de trabajo en las competiciones galgueras.

El galgo español, apreciado, cuidado y casi mimado en el centro y sur de España, no está demasiado difundido en los canódromos de otras partes del mundo que, exhiben preferentemente, ejemplares de su homónimo inglés.

La belleza de las carreras de galgos en campo, conjuga plasticidad, emoción y deporte, ya que el seguimiento a caballo de la collera tras la liebre, supone un magnífico ejercicio de dominio hípico. En este deporte, se aúnan los dos animales más nobles; para el ser humano, el perro y el caballo. La tradición de estas carreras se remonta, al parecer, a los tiempos del imperio romano, en el siglo II de nuestra Era. Se adjudica a Flavio Arriano, la confección y divulgación de un rudimentario reglamento, muy parecido al procedimiento que aún se utiliza hoy en algunas competiciones españolas: un hombre o dos a caballo, que acompañaban la carrera de la liebre y los perros, mientras que el resto, formaba un frente que iba batiendo el terreno hasta levantar la peluda de la cama. Al llegar al final de la extensión prevista, el frente de batidores sigue otro pasillo similar al recorrido, pero en dirección contraria. Cada hombre, debe respetar su puesto en la línea, y si lleva perros, sólo debe soltarlos cuando indique el mayoral de la partida, y en el momento que esta persona señale, para dar a la liebre una oportunidad de ofrecer un bonito espectáculo y de escapar de sus perseguidores.

También se indica en este reglamento primitivo, la conveniencia de no gritar ni vocear durante el transcurso del lance, así como el número de galgos que, debían participar en cada levantada, aconsejando no utilizar más de dos perros para evitar que los animales se estorben durante la competición y permitir que la liebre tenga oportunidad de burlar a sus perseguidores.

Es justo señalar que, la finalidad hoy día, de este deporte, no es la caza y muerte de la pieza acosada, sino más bien, el placer de ver correr los galgos, acompañándolos a caballo por el campo y emocionarse con las incidencias de la persecución, quiebros, recortes, subida de repechos y cuestas, etc.

Este deporte, es cada día más raro y sólo en determinados países subsiste como tal, estando prohibido en otros muchos y siendo prohibitivo en casi todos.
Jueces, batidores, galgueros, caballos y perros, exigen un desembolso económico importante, y por otro lado, las zonas naturales donde podrían practicarse estas carreras, resultan cada vez más escasas y distantes de las grandes ciudades.

Las últimas reglamentaciones vigentes, no necesariamente adjudicaban la victoria de la carrera al galgo que alcanzaba y daba muerte a la liebre, sino que existía un baremo de puntuación así como diferentes penalizaciones. Los jueces de la carrera, eran inapelables y en determinadas ocasiones, su conocimiento del reglamento, establecía fallos, que no eran comprendidos por los espectadores poco avezados, pero la polémica y la discusión civilizada también forman parte del ambiente galguero.

martes

10 tips para cazar conejos

En muchas áreas de caza se ha constatado un aumento notable en las poblaciones de conejos, con una extraordinaria capacidad repobladora en zonas concretas, caso del sur de Córdoba, donde los daños a la agricultura son muy importantes, y donde este año se ha acusado en gran medida en los viñedos.

No está de más pensar en algunos consejos para poder sacar un partido, suficiente a cada una de nuestras salidas al campo, con la escopeta y cartuchos suaves.
¡Al campo!, por fin llegó la fecha esperada para poder salir a vivir las primeras  jornadas de caza de esta nueva  temporada, y lo vamos a hacer con los conejos, en unos lances vibrantes, siempre inesperados, vibrantes, atractivos y muy dados al disfrute visual por el entorno en el que vamos a cazar, y por hacerlo habitualmente en las horas menos calurosas del día.
Tres modalidades protagonistas en esta primera fase de la temporada, recechos, esperas y caza al salto, van a llevarnos a unos parajes o a otros, buscando la llegada al tiradero de unos cuantos conejos que regresan de sus correrías nocturnas, acercarnos a los que se solean a primera hora en el borde del monte con el llano o tirar a los que se arrancan a nuestro paso.
Y por supuesto, la caza de conejos en verano con nuestros canes, donde excelentes perros de muestra van a dejar claro que tirar media docena de conejos  a perro puesto es un verdadero lujo.  Aquí van, pues, diez consejos, para cazar mejor en estas próximas salidas.

1. ¿Cuántos? Los que el campo diga
Muchos aficionados piensan que la temporada de caza en verano, o de desconeje como se conoce popularmente en muchas zonas, supone lograr grandes perchas a costa de los conejos nuevos y poco castigados por perros y cazadores, que suelen salir fácilmente de cara a un disparo productivo.
Aquí cabe un consejo que creo es bastante práctico: no salgamos con la idea fija de lograr un mínimo de tantos o cuantos conejos, esto hace que arriesguemos los disparos cuando no saltan como quisiéramos, hiriendo conejos que luego resulta complicado cobrar. Nunca pasemos de los conejos a los que podemos tirar a buena distancia y en buenas condiciones, no queramos hacer piruetas con los disparos, ni parar conejos a toda vista fuera de tiro. Aquí no salimos a «recolectar» conejos, sino a abatir los que el campo, buenamente, nos proporcione en cada jornada.

2. Cazar despacio siempre atentos
Gran error caminar, paseando por el campo, pensando que el conejo va a salir siempre pisado, en la mata mejor orientada, y ante un claro cómodo para el disparo. O cazamos, o paseamos, pero no siempre estas dos opciones se llevan bien cuando lo que buscamos es llevar unos conejos a la percha.
Ya sabemos que de casualidad, un conejo se arranca donde menos te lo esperas, y que incluso ese día que estás cazando distraído, con la cabeza en otro sitio, te cuelgas media docena como quien no quiere la cosa, pero la intención y estar centrados resultan indispensables para poder sacar partido a la temporada veraniega del conejo. Importante es cazar a ritmo lento, no como solemos hacer muchas veces, que parece que llevamos un bando de perdices delante en una ladera en noviembre. Cazando conejos ahora hay que darse prisa cuando la zona es intrincada, con caras escasas de vegetación, y dependemos de las asomadas que ya conocemos, entonces no hay que perder tiempo y elevar el ritmo.

3. Dominar el tiradero
En línea con los comentarios anteriores, hay que insistir en que no hay que decantarse por pasear, por visitar zonas «bonitas» y esperar a que un conejo salte cerca. Podemos dar un paso más, y analizar rápida pero efectivamente un paraje determinado antes de entrar a cazarlo, pues en esta caza es fundamental «ver» el cazadero, y acertar con los disparos. Por ello hay que buscar zonas desde donde controlemos a los conejos que se mueven por lo más bajo, o a los que despacio se van escurriendo hacia arriba, pues las matas a veces nos dejan ver de arriba hacia abajo, pero resultan más problemáticas si vamos cazando por abajo en una zona de ladera o alguna pendiente.
Cada paraje tiene su tiradero, y debemos situarnos de la mejor manera posible para controlar los claros y los pasillos en el monte, y las parcelas de brozas en el llano, pues por ejemplo, avanzando justo por una lindera controlamos a derecha e izquierda, pero si vamos a quince metros de esa misma lindera, los conejos que se muevan por el otro lado se irán sin que los descubramos.

4. Tirar a buena distancia
En la temporada de caza de conejos en verano casi todos solemos tirar precipitados y dominando poco las distancias en las primeras jornadas. Y eso quienes cazan varios días, porque quienes a lo sumo salen a cazar en un par de ocasiones en estas fechas —cacerías contratadas—, no llegan a coger bien la distancia ni el ritmo de tiro que esta pieza exige. Nunca nos precipitemos. Raro es que estemos cazando en una zona tan enmarañada como para tener que tirar súper rápido: encarar mal y aculatar inadecuadamente hace que fallemos «inexplicablemente» y esto redunda en los siguientes lances, fallando mucho más de lo normal.
Los conejos que se nos arranquen a media distancia dan un momento para encarar y enfilar bien la pieza. Lo demás es adelantar lo justo, poco, pues no suelen ir muy rápidos, y disparar. Así que nada de tirar con la cara levantada ni tres disparos en ráfaga sin sentido. Un disparo bien realizado es un conejo abatido, y tenemos tiempo sobrado casi siempre.
En esperas y recechos hay que tirar siempre a distancia lógica, nada de ensayos a larga distancia, pues herimos a más de uno que no podremos cobrar. Recechando hay que abusar de los chokes más bien cerrados para asegurar conejos algo largos —no está de más montar ** y * en escopetas de dos cañones, ** en semiautomáticas—, y en las esperas, calcular bien la distancia entre el puesto o escondite, y la «plaza» donde entran los conejos, procurando levantar un poco la punta del cañón para evitar tiros rastreros y bajos por asomarnos en exceso al apuntar a un conejo casi quieto.

5. ¿Seleccionar el conejo?
Deberíamos hacerlo siempre, y ello por varios motivos; veamos, si cazamos para evitar mayores daños a la agricultura, mejor abatir los conejos adultos que los gazapos, ¿no? A la vez, si cazamos de forma lógica, con un cupo o con el criterio de que debemos dejar suficientes conejos en la zona para el resto de la temporada y para garantizar una buena densidad, ¿a qué viene abatir esos gazapos pequeños que a veces vemos en los cinturones o al vaciar el morral?
A este respecto hay quien dice que cuando un conejo se te arranca, no sabes si es grande o pequeño, tiras y ya está, pero no es así. Es como quien dice que no puede diferenciar, en la media veda, una codorniz de un pollo de perdiz… Hay que cuidar y fomentar una buena ética cazadora.
Cazando al salto se aprecia perfectamente el tamaño de los conejos, cabe la salvedad de que tiremos en zonas muy cerradas de monte bajo y viendo al conejo cruzar entre las matas, sin ver su volumen real; pero quitando estos casos, en una parcela en el llano, o cazando en una ladera o en bancales, se ve claramente el conejo y su tamaño.
En una espera no hay nada más que decir, se sabe a la perfección a qué conejo debemos tirar. y de hecho, en más de un caso se mueven dos o tres juntos, y vemos cómo tienen diferente tamaño, debiendo apuntar siempre al más grande; recechando ocurre igual, si queremos no hay problema alguno a la hora de diferenciarlos.

6. Atentos a laderas y bancales
El monte depara más oportunidades de lo que muchos piensan, pues de forma a veces equivocada hay bastantes cazadores que cazan solamente el llano en estas fechas de verano, huyendo del monte por dos motivos: por la dificultad del disparo con las matas, y porque hay que estar subiendo y bajando…
El monte bajo, la falda de un cerro, la ladera de una sierra, ir repasando la franja del monte que linda con los cultivos o con el llano, depara lances vibrantes y muy variados que a menudo nos pueblan la percha con cuatro o cinco conejos logrados a base de tesón y conocimiento del cazadero.
La ladera siempre hay que cogerla con la brisa de cara, procurando no hacer ruido en exceso, atentos a primera hora a los conejos que se muevan solos, sobre todo por la zona más baja, pues aún no estarán encamados; más tarde será buen momento para repasar las vaguadas donde se meten a sestear en retamas y aulagas, pues tiraremos a muy buena distancia, debiendo repasar el cazadero lentamente. En zonas de bancales hay que ir avanzando muy atento para poder controlar el tiradero de los bancales inferiores, pues de los más altos tendremos poca perspectiva. Como mucho veremos a algún conejo arrancarse hacia arriba, y nos dejará tirar en la subida entre un bancal y otro.

7. Cazando en la sombra
Esto suena a media mañana, a un calor espantoso y a unas ganas locas de beber agua fresca, ¿verdad? Pues no, a media mañana los buscaremos donde están encamados, no donde a nosotros nos gustaría refugiarnos…
Hay que aprovechar las zonas de umbría a primera y a última hora, pero sobre todo por la mañana, ya que los conejos aquí aguantan más tiempo antes de encamarse en zonas complicadas, y nuestra presencia se disimula mucho mejor que en las zonas soleadas. Pensemos que con acierto en la indumentaria, nos confundiremos con el entorno en cuanto nos detengamos en una cara de sombra eh una ladera, atentos a los conejos que se muevan cerca.
Entrando temprano por lugares donde hay majanos, hay que aprovechar cuando el sol no ha arrancado aún, pues luego será difícil encontrar conejos fuera. Es algo que también ocurre en las parcelas de olivares, ya que en cuanto el sol aprieta, se sube y las chicharras comienzan su concierto, los conejos reculan en los chuecos, y tiraremos pocos.
Por la tarde conviene repasar las zonas metidas en sombra que lindan con los cultivos, pues muchos conejos estarán sesteando cerca, y se comienzan a moverse para entrar a comer al rato, por lo que aprovecharemos más lances que en pleno monte. Igual ocurre con los arroyos, si podemos cazar en paralelo y amparados por una zona donde no destaquemos, tiraremos más conejos que si vamos a la vista de ellos.

8. El arroyo, en mano
Los arroyos y las linderas con tarayes y otros arbustos tienen siempre conejos, esto está claro, y basta recorrer de forma previa a la apertura de la temporada las zonas aledañas, sobre todo si están sembradas, para percatarnos de la cantidad de daños que ocasionan los rabicortos por allí.
Tanto si cazamos sin perros, como si lo hacemos a partir de la fecha en que su ayuda se autoriza, los arroyos siempre hay que cazarlos en mano, con otro compañero, siempre que los arbustos tapen el tiradero del otro lateral, pues hay arroyitos pequeños que tienen conejos, y se pueden cazar por una sola escopeta.
No resulta conveniente ni prudente, cazar solo por un lateral del arroyo cuando no vemos la salida de los conejos hacia el otro lado, pero hay un pequeño truco que funciona bien, sobre todo a primera y a última hora del día: cazar retirados del arroyo, primero un lateral, más adelante el otro lado, de vuelta.
Para ello debemos cazar en primer lugar el lado que más facilidad tenga para albergar conejos fuera del cauce del arroyo, y avanzar nosotros lo más discretamente posible, para ver a los conejos que se arranquen hacia el arroyo, y a los que trastean en las inmediaciones disfrutando de la temperatura que no será elevada.

9. Un buen cartucho
Busquemos un buen cartucho, fiable, cómodo, práctico, suave, adaptado a las condiciones generales de tiro que tengamos por término medio en nuestro coto y zona donde cazamos habitualmente. Hasta aquí las generalidades que hemos leído o escuchado en varias ocasiones, pero hay que afinar más y hay que hacerlo porque podemos cazar mejor.
Ahora no hacen falta grandes cargas, ni cartuchos de perdigón muy grueso salvo situaciones muy concretas —recechos largos—, todo lo que necesitamos es un buen cartucho de caza que pare bien a los conejos, evitando que se nos vayan algunos heridos o tocados, pues sin perro será complicado cobrarlos.
Cartuchos que abran muy bien a distancia media, de 30 gramos y perdigón de séptima, para asegurar el lance, estos son los que mejor nos van a servir para cazar al salto y en mano en terrenos de buen tiradero; si se complica porque el tiradero es algo más largo, pasamos a 32 gramos también de séptima. Pensemos que los cartuchos de 32 cierran algo más el disparo.
Esto hay que tenerlo en cuenta porque si tiramos cerca con esta carga, y salvo que empleemos cartuchos con taco de fieltro o de plástico sin copa contenedora, vamos a fallar más de lo debido. En estos casos siempre 30 gramos, y si es siempre muy cerca, perdigón de octava, blando a ser posible, para parar mejor a los conejos. Tirar con 34 —abren más que los de 32…— o 36 gramos es tirar cartuchos fuera de lógica para las necesidades, y salvo terrenos muy complejos, nunca debemos recurrir a tirar cargas pesadas, menos cuanto más disparos peguemos en la jornada, pues con 30-32 gramos y jugando con los chokes, obtendremos mejores resultados. Además, con el calor, los cartuchos se vuelven más «pegones».

10. El equipo conejero
Ropa ligera siempre, y si podemos, nada de chaleco. Menos aún si es el chaleco que tenemos para cazar en otoño e invierno, pues el calor pasa factura restándonos efectividad con peso innecesario y con ropa de más; colores adaptados al entorno, y ante la duda, colores poco claros, nos confundiremos mejor en el entorno con colores marrones claros o verdes, que con un pantalón vaquero y una camiseta blanca.
Lo importante es poder cazar todo el tiempo que queramos, incluso hasta media mañana o hasta mediodía en mañanas no demasiado calurosas, pues casi siempre nos vamos a las nueve y media de la mañana, y si cazáramos dos o tres horas más no sólo obtendríamos mejores resultados —habitualmente—, sino que aprenderíamos mucho sobre la querencia de los conejos cuando se encaman.
Cazando en brozas y monte bajo resultan interesante unas polainas ligeras para evitar que nos entren pinchos en las botas, pues tarde o temprano entran y son un fastidio; de todas formas, en verano podemos prescindir de botas con membranas protectoras ante la humedad y la lluvia, y decantarnos por botas de caña alta, ligeras y de suela de media dureza, para poder cazar en monte y llano sin problemas

Sobre la caza, los animales y la culpa

La caza, además de su cara deportiva, cultiva una faceta totalmente emocional. La caza no es un espectáculo, es una vivencia; por eso, es tan difícil de definir.

Si habláramos de un evento deportivo al uso, valdría describir o grabar en vídeo el número de capturas como se hace con la altura del salto, el número de goles, o el final del sprint.
Pero, ¿cómo describe usted la emoción ante la postura del perro, cuando intuye que se le va a arrancar en instantes la perdiz y cuando la palpa tras el cobro correcto? Y la caza, como hemos apuntado, es una sucesión incontrolada de sensaciones. La caza forma parte del alma. A los cazadores nos hacen preguntas sobre esos sentimientos, que a mí me resultan muy difíciles de contestar.

La que intitula este escrito forma parte de una batería que suelen hacernos en algunos medios cuando asistimos a un debate con la mejor voluntad, o a un coloquio, donde creemos que aclaramos algo y caemos en un show, en el que nos hacen coincidir con algún fundamentalista que cree que esta pregunta es demoledora. Después te preguntará algunas más, todas con el mismo sesgo. El objetivo es tocar la fibra sensible de los oyentes para despertar la ternura por las bestias y la indignación para con los cazadores. Si no has pensado la posible respuesta, puedes contestar algo que él espera para intentar rematarte con lo de: «Ustedes matan animales porque son insensibles ante el dolor de otros». Pero vayamos a lo que nos ocupa. ¿Que siente cuando mata a un animal? A mí se me ocurren razonamientos colaterales para preguntarle a él lo mismo, ya que todos los humanos —repito lo de todos, incluidos los que nos hacen esa pregunta— matamos muchos animales.

Unos nos son indiferentes, como los miles de insectos que matamos con nuestro coche, o con el vehículo en que usted se desplaza, o pisados en el camino, porque nadie —excepto la secta jainita que lleva una escobilla para retirar y no pisar a los bichitos—se percata de los gusanos, hormigas o escarabajos que hay en la acera. Otros animales, por molestos, nocivos o peligrosos para esta sociedad, de la que forman parte los que preguntan, son exterminados globalmente a base de sofisticadas gamas de insecticidas, o envenenando —palabra maldita en el mundo de la caza— masivamente a toda una población de roedores. Un tercer grupo de animales, que mueren por culpa de todos, lo constituyen la ganadería y la pesca que matan millones de animales para consumo humano (dos millones de pollos se consumen diariamente en España). Por estos tres grupos de infinitos animales, nadie se rasga vestiduras, ni se corta las venas, ni siquiera dice: pío. Y todos los animales son iguales, si no aplicamos el postulado de Orwell, en Rebelión en la granja: «Todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros».
Al deportista no le interesa la muerte de la pieza; no es eso lo que se propone. Lo que le interesa es todo lo que antes ha tenido que hacer para lograrla; esto es, cazar. Y el cuarto grupo, que es el menor, lo conforman los animales cazados, que abatimos con muestras de satisfacción durante el ejercicio de la caza. La pregunta nos la hacen precisamente para este grupo. Y tampoco la contesto pues ya lo hizo magistralmente Ortega y Gasset y, si me lo permiten, repetiré literalmente algunos párrafos de sus amplios razonamientos. Dijo Ortega: «La caza, como toda actividad humana, va encuadrada en su ética, que discierne virtudes de vicios.

Hay el cazador bellaco, pero hay también una beatería del cazador. Va todo esto a cuento de esa escena postrera que da fin a la cacería, en la cual la piel generosa de la bestia aparece mancillada por la sangre, y aquel cuerpo, que era pura agilidad, queda trasmutado en la absoluta parálisis que es la muerte ¿Es lícito hacer eso? La idea de que aquella tan grácil vida va a quedar anulada sobrecoge al cazador un instante. Pertenece al buen cazador un fondo inquieto de conciencia ante la muerte que va a dar al encantador animal. No tiene una última y consolidada seguridad de qué su conducta sea correcta. Pero, entiéndase bien, tampoco está seguro de lo contrario».

Para mí el genial filósofo llega a la conclusión posible cuando dice: «Al deportista no le interesa la muerte de la pieza; no es eso lo que se propone. Lo que le interesa es todo lo que antes ha tenido que hacer para lograrla; esto es, cazar. Con lo cual se convierte en efectiva finalidad lo que antes era sólo medio. La muerte es esencial porque sin ella no hay auténtica cacería: la occisión del bicho es el término natural de ésta y su finalidad: la de la caza en su mismidad, no la del cazador. Éste la procura porqué es el signo que da realidad a todo el proceso venatorio, nada más. En suma, que no caza para matar, sino al revés, se mata por haber cazado.
Si al deportista le regalan la muerte del animal, renuncia a ella. Lo que busca es ganársela, vencer con su propio esfuerzo y destreza al bruto arisco con todos los aditamentos que esto lleva a la zaga: la inmersión en la campiña, la salubridad del ejercicio, la distracción de los trabajos, etc. Con esto no se resuelve el problema moral de la cacería, pero es forzoso tenerlo en cuenta. No se ha llegado ni mucho menos, a la perfección ética de la venación. A la perfección no se llega nunca en nada, y acaso ella existe precisamente para que no se le llegue nunca, como pasa con los puntos cardinales. Su oficio es orientar nuestra conducta y dejarnos medir los progresos hechos. En este sentido es innegable el avance logrado en la eticidad de la caza».

Puesto que pensarán que al final yo eludo la respuesta, les diré que a mí me desazona y me produce una sensación desagradable coger un conejo que se convulsiona y zapatea, o una perdiz aleteando en los estertores de la muerte. Sin embargo, cuando caen fulminados, o ya no se mueven, su tacto me da una sensación agradable de final de un buen lance, me resulta un bello bodegón para regalar a un amigo, o si es para mi consumo, el presagio de un excelente guiso. Sin ningún remordimiento.

Como adiestrar los perros para la caza

A pesar de que existe un gran número de razas de perros que están dedicadas de manera especial a la caza, todos y cada uno de ellos deben seguir métodos similares en cuanto al adiestramiento, con el objetivo de que este animal sea un compañero así como también uno de los accesorios de caza de nuestro deporte a la hora de tener que salir al bosque.


Sin duda que los adiestramientos de perros de caza tienen que iniciarse desde cuando éstos son muy pequeños, ya que de esta manera se estará canalizando los instintos que ellos tienen por su descendencia, pues no olvidemos que provienen de los lobos, y razón por la cual debemos enseñar a nuestros animales a que nos ayuden a ubicar a la presa, mas no a que se la coman.

Un pequeño paseo con nuestro perro en el auto y una posterior caminata por un campo lleno de pasto viene a ser el entorno general para que se pueda realizar un adiestramiento correcto; debemos tratar de jugar, correr, escondernos y todo sinnúmero de actividades con nuestro perro, debiendo siempre tratar de llevar un pequeño silbato que haremos sonar cada vez que deseemos que nuestro perro se acerque hacia nosotros, esto como una especie de llamado del amo para con el animal. Una vez que el perro se te acerque, ese debe ser un instante de fiesta que deberán festejar juntos.

Parte del entrenamiento incluye que tengas que esconderte por lugares que no sean muy lejanos a tu perro, debiendo llamarlo por su nombre, así como también hacer sonar el silbato para que el animal trate de identificar el lugar en donde te has escondido. Hay que aclarar que esto último podría ser estresante para el animal, razón por la cual no se debe abusar de dicha práctica, y por el contrario, cuando el perro te haya encontrado, debes premiarlo con una galleta para perros, acariciando siempre su lomo y diciéndole algunas palabras cariñosas.